Bartleby el escribiente




29.6.04

Me despertó el sonido de la ducha. Poco después la oí andar descalza por el dormitorio. Yo seguí tumbado boca abajo, desnudo, con la cabeza hundida en la almohada para evitar la luz del amanecer que ya empezaba a entra por el ventanal. Intuí que se inclinaba sobre mí. Unas gotas de su pelo húmedo cayeron sobre mi espalda. "Quédate así", me dijo, "no te muevas". Su cuerpo se amoldó al mío. Aún estaba mojada. Me hizo extender los brazos y los muslos, como si fuera a crucificarme, y se pegó aún más a mí. Me mordió el cuello y los hombros hasta casi hacerme daño y me susurró de nuevo "no digas nada, no te muevas". Ella sí se movía. Frotaba su pubis contra mi culo, buscando la dureza del coxis, follándome.