Bartleby el escribiente




7.7.04

Hoy quiero reflexionar, queridos amigos, acerca de la belleza del culo y su naturaleza. Como todos sabéis, el culo es aquella zona del cuerpo que se inicia cuando termina la espalda y finaliza cuando empiezan los muslos. A veces se recubre con vaqueros para destacar sus características morfológicas, redondez o firmeza. Algunos antropólogos sostienen que los culos voluminosos, con grandes acúmulos de grasa, atraen a los machos de la especie porque indican que la hembra poseedora de tal culo guarda reservas suficientes para sacar adelante a la prole; en los tiempos modernos, los culos firmes y morenos han desplazado en el favor popular a los grandes y hermosos, quizá por la convicción de que la vida al aire libre y el ejercicio -cosas ambas que modelan culos así-, son sinónimos de vida sana, y por tanto, de nuevo, de capacidad para sacar adelante a los hijos. Dicen los antropólogos que encontramos atrayente aquello que entendemos que garantiza la supervivencia de la especie. Me pregunto por qué mis genes querrían perpetuarse por el solo hecho de perpetuarse. Tiene que haber otra razón. Muy dignas publicaciones -Man, Primera Línea, Cosmopolitan- han publicado trabajos sobre esta materia y han intentado fijar un canon de belleza moderno en cuanto a culos. Recientemente, Interviú nos ha ofrecido el de Fresita. No obstante, a pesar de que he consultado abundante bibliografía, sigo sin tener una respuesta a la cuestión primordial (ya dije que no me convence el argumento antropológico): ¿por qué unos culos ponen y otros no? He aquí la cuestión. Como no me gusta hablar sin sentido, esta tarde he decidido convertirme a mí mismo en objeto de estudio y someterme a un experimento. Me he ido al parque a ver pasar culos. Básicamente mi reacción ha consistido en aumento de riego sanguíneo y leve tensión muscular en la zona genital en unos casos, y en flaccidez y desinterés en otros. He avanzado bastante en mis reflexiones, pero he vuelto a casa con un dolor testicular que no sé cómo aliviar. La verdad es que la dedicación a la ciencia es muy sacrificado.


Posdata 1: en mi post anterior quise abordar un tema eterno: el de la seducción y el deseo. Lamentablemente, el tono paródico y humorístico ha confundido a mis lectores (esto me llevaría a una reflexión acerca del fondo y la forma, y como ésta condiciona el sentido en las manifestaciones artísticas y no es en absoluto secundaria). Hagamos introspección, o sea, hago introspección: ha seducido siempre el verbo fácil, brillante e ingenioso; ha seducido siempre quien destaca u ostenta algún tipo de poder, carisma o liderazgo; ha seducido siempre quien ha sido capaz de conectar con las zonas perversas y ocultas de la psique femenina, hacer reír, simplemente, u ofrecer seguridad. Eso pensaba. Y me dediqué a cultivar la palabra, pues podía hacerlo por correspondencia y en casa, y no me veía con cualidades para desarrollar otras habilidades. Lo cierto es que cuando alcancé competencia suficiente descubrí mi error, o sencillamente, llegué tarde: las chicas, cualquier chica, pasaban de rollo y habían desarrollado una actitud más pragmática que consistía en éste sí, éste no, en función, básicamente, del valor de uso inmediato, sin otro tipo de consideraciones. Y aquí es donde entra la mirada, como instrumento de selección. Claro, a mí esto me jode, porque ya estoy algo ajado y en la media distancia no doy bien. Y sobre todo no me da oportunidad de abrir la boca.

Posdata 2. Escribo. Leo. Corrijo, vuelvo a leer y posteo. Desde la posdata 1 ha pasado un buen rato. Brilla la pantalla del monitor. Ella y él duermen. La casa está en silencio. Las luces apagadas. Miro por la ventana. Pasa algún coche. Aprovecho para fumarme un cigarro. Curioseo. Me sorprende el culturón y la sensibilidad de alguna gente que cita al fraile Guevara de memoria. O a madame de Tourveil. La tierna ingenuidad de otros. Participo en broncas blogerciberneticas para pasar el rato. Curioseo. Dejo caer insinuaciones sexuales en algún comentario. Escribo gracietas chistosas. Hay gente que habla de sí misma. Yo ironizo sobre mí mismo. No deseo. Me dejan indiferente mis recuerdos. No me emocionan los conceptos sobre los que se escribe tanto: amor, libertad, justicia... todo eso convertido en topicos que sirven para sentirse cómodo, integrado, y tranquilizar la conciencia. Soy un hombre sin memoria. Hasta hace poco lo lamentaba; hasta que descubrí que la memoria es un lastre muy pesado. Lo más vivo en mi mente son ficciones, lecturas. Soy un indiferente moral, me temo, un espectador, un extranjero. Me fumo otro cigarro mirando a la calle. Quisiera tener alguna convicción. No sé adónde voy, pero curiosamente tengo sensación de paz.