Bartleby el escribiente




7.7.04

Me fui a por tabaco y no sabía volver.
Bueno, a lo que iba. Debido a mi avanzada edad, a mi lamentable estado de salud y a ciertos compromisos contraídos, hace tiempo que no frecuento los bares de copas, los festivales al aire libre ni las discotecas, es decir, esos lugares donde se propician las relaciones humanas y se estrechan lazos afectivos (es decir, se liga y se folla). Ahora no es como antes -me dice una persona documentada con la que suelo hablar de estos temas- basta una mirada, un gesto, y ya está hecho. Y yo lo veo bien. Mirar es un arte. Y dejarse mirar también es un arte. ¿Hay algo que rebele mejor el fondo del alma humana que unos ojos expresivos que desean, preguntan o se ofrecen?
Con estas ideas dándome vueltas en la cabeza he salido esta mañana a comprar el pan. Son pocas las oportunidades que me dejan de entablar relaciones con extraños, así pues he aprovechado este paseo para ver qué hay de cierto en lo que me decía mi amable interlocutor, a pesar de lo poco favorable del momento y del lugar. No busco una aventura, me mueve la curiosidad científica. He fracasado en varias ocasiones, e incluso una chica me ha preguntado, atenta, muy amable, que si me ocurría algo al ver mis ojos muy abiertos lanzándole señales que no comprendía. Pero no me siento defraudado del todo, ni frustrado: poco antes de llegar a casa me he detenido en una obra y he pasado un buen rato apoyado en una barandilla de hierro mirando con qué habilidad, diligencia y dedicación trabajaban unos obreros. La verdad es que mirando se aprende mucho, aunque cansa.