Bartleby el escribiente




16.8.04

En estos días, como estoy de vacaciones y no tengo nada que hacer, por las tardes me voy al centro comercial de aquí al lado, a mirar. Le he encontrado el punto. Ryszard Kapuscinski reproduce en Ébano las respetuosas palabras de un "guardián de las puertas" del palacio imperial de Haile Helassie; el tipo, con expresiones muy ceremoniosas, describe con detalle en qué consiste su trabajo: en abrir la puerta al paso del emperador, ni antes ni después, para que su alteza no tenga que alterar el ritmo de su marcha. Parecerá una tontería, pero yo me siento igual que Haile Helassie cuando entro en el centro comercial: justo un metro antes de llegar, las puertas automáticas se abren, y yo cruzo majestuosamente, pavoneándome un poco. Pero aunque me agrada, no voy sólo por eso. También voy por el aire acondicionado. Espero fuera unos minutos, aguantando el calor, y cuando ya no puedo más, entro. Ah, ese golpe de aire frío, qué placer. Soy como los conejillos de indias de los científicos, esas ratas a las que estimulan una neurona para que a cambio de una recompensa placentera repitan incansables una acción. Y así me paso la tarde, entrando y saliendo, unas veces sintiéndome Rey de Reyes y otras rata de laboratorio. Lo malo es que el guardia jurado se está empezando a mosquear de tanto verme entrar y salir.